Tiempo de lectura: 5 minutos

Hay momentos en la vida en los que todo parece ir en cámara lenta. Esas etapas donde sientes que el suelo bajo tus pies no es firme y cualquier intento por avanzar parece una hazaña imposible. Tal vez te preguntas si Dios, el universo, o aquel guía espiritual en el que siempre has confiado se han olvidado de ti. Te esfuerzas por mantener la fe, respetar tu proceso, y ser compasiva contigo misma, pero hay días en que una tortuga parece avanzar más rápido que tú.

Si estás leyendo esto y estas palabras resuenan contigo, quiero que sepas algo: no estás sola. Este artículo no pretende ser una solución mágica, pero sí un refugio donde puedas respirar profundo y recordar que no todo en la vida necesita ser resuelto de inmediato.

La vida está llena de capítulos desafiantes que nos ponen a prueba. A veces, son problemas externos: una pérdida, un cambio inesperado, una relación que se fractura. Otras veces, el reto está dentro de nosotras mismas: la ansiedad, las dudas, los traumas que aún no hemos sanado.

Lo que hace más difícil atravesar estas etapas es que muchas veces las vivimos en silencio. Por vergüenza, por culpa, o por miedo al juicio, guardamos dentro de nosotras un dolor que se convierte en un peso invisible. Te esfuerzas por parecer fuerte, por mantener la sonrisa, mientras internamente sientes que te estás desmoronando.

Y en ese estado, llega la frustración: el desánimo de ver que el progreso es lento, que los pasos que das parecen insignificantes, que, por más terapia, ejercicios de respiración y prácticas de mindfulness que hagas, nada parece cambiar.

Hay algo que necesitamos entender, aunque no siempre sea fácil aceptar: no todos los procesos tienen el mismo ritmo. Algunas heridas sanan rápido, como un rasguño superficial. Pero otras, las profundas, tardan más tiempo porque requieren que vayas a la raíz, que observes, que sientas y que transformes.

Imagínalo como plantar una semilla en la tierra. Al principio, no ves nada. Pero eso no significa que no esté sucediendo algo importante bajo la superficie. Las raíces están creciendo, fortaleciéndose, preparándose para que, cuando el brote finalmente emerja, tenga la fuerza de sostenerse.

Así son los procesos internos. No siempre puedes ver el progreso, pero eso no significa que no esté ocurriendo. La sanación es un trabajo invisible antes de ser visible, y requiere de ti paciencia, amor y mucha compasión.

Hablar sobre nuestras luchas más profundas es aterrador. Quizás temes que, si compartes tu dolor, serás incomprendida, juzgada, o incluso rechazada. Pero quiero decirte algo: el silencio a veces puede ser más dañino que la exposición.

Encontrar una red de apoyo, aunque sea una sola persona de confianza, puede marcar una diferencia inmensa. Si aún no estás lista para hablar, está bien. Pero no te olvides de ti misma. Escribe, llora, grita en un espacio seguro. No tienes que cargar todo sola, aunque a veces así lo parezca.

A menudo, somos nuestras peores críticas. Nos exigimos ser fuertes, tener todo bajo control, avanzar más rápido, resolverlo todo. Pero ¿y si en lugar de exigirte tanto, empiezas a tratarte como tratarías a tu mejor amiga?

Cuando ella esté pasando por un mal momento, no le dirías: “¡Apúrate, ya deberías estar mejor!”. Probablemente le ofrecerías un abrazo, palabras de aliento, y le recordarías que está haciendo lo mejor que puede. Esa misma compasión es la que necesitas darte a ti misma ahora.

Permítete días de descanso emocional. Celebra los pequeños logros, incluso si parecen insignificantes. Y si todo lo que logras hoy es levantarte de la cama, eso también es válido.

Aunque los procesos lentos y dolorosos suelen hacernos sentir aisladas, la verdad es que muchas mujeres están atravesando batallas similares. Vivimos en una sociedad que a menudo nos exige perfección, pero detrás de las sonrisas que ves en las redes sociales, muchas cargan con sus propias luchas.

Hablar de ello, ya sea con amigas, en terapia o incluso escribiendo tus pensamientos, no solo te alivia, sino que también puede ser un faro para otras que están navegando en la misma tormenta.

Hay un proverbio que dice: “Aunque no lo creas, el sol sigue brillando detrás de las nubes”. Incluso en los días más oscuros, la posibilidad de un cielo despejado sigue existiendo.

El progreso puede parecer invisible ahora, pero llegará. No porque las cosas mágicamente cambien de un día para otro, sino porque cada pequeño paso que das está construyendo una nueva realidad. Cada vez que eliges levantarte, intentarlo de nuevo, o simplemente respirar profundo, estás avanzando.

El camino puede ser lento, pero no es estático. Y tú, aunque no lo sientas, eres más fuerte de lo que crees.

Deja de presionarte. La vida de nadie es lineal, y la tuya tampoco tiene que serlo. El mundo nos ha enseñado que el éxito debe ser rápido y visible, que debemos seguir un camino recto, sin tropiezos. Pero la verdad es que todos atravesamos momentos de incertidumbre, de retrocesos, de caos interior. No te sientas mal por ello. Cada proceso tiene su tiempo, y cada paso, incluso el más pequeño, te acerca a lo que necesitas aprender. Al final, no se trata de la velocidad con la que llegues, sino de la profundidad de lo que vives y aprendes en el camino. Permítete ser imperfecta, porque es en esos momentos donde realmente creces. No hay prisa.

Si estás leyendo esto y sientes que las palabras son para ti, quiero que te des un momento para reconocer tu valentía. Reconoce que estás haciendo lo mejor que puedes, incluso en días donde sientes que no es suficiente.

Tu proceso, por más lento y doloroso que parezca, tiene un propósito. Tal vez no puedas verlo ahora, pero un día mirarás atrás y te darás cuenta de que cada lágrima, cada paso pequeño, cada respiro profundo, te llevó a un lugar más brillante.

Mientras tanto, sigue avanzando a tu ritmo. Y recuerda: no estás sola.

Imágenes: Adobe Stock

Written by

Alexa Dacier

Alexa Dacier / Psicología / Terapeuta sexual y de pareja
Todos necesitamos donde apoyarnos cuando emocionalmente creemos que no podemos más.

Aquí nos damos el permiso para:
Sentir.
Soltar.
Amar.
Aprender a poner límites.
Reconstruir nuestros vínculos afectivos.
Sostener relaciones sanas.
Aplicar la autocompasión.
Cambiar el dialogo interior.